Una reflexión clave en la
ponencia marco del 39 Congreso del PSOE que, o se entiende, o no se entiende nada:
En los últimos meses, nuestra organización se ha debilitado como resultado de una profunda crisis interna y de la áspera pugna política que ha transmitido a la sociedad preocupación y enfado.
Como telón de fondo de esta discusión aparece nuestro modelo de partido y la democracia interna. En este sentido, el Partido Socialista no es ajeno al debate social que se ha producido sobre la misma democracia. Una discusión que tiene que ver con una cierta crisis de la intermediación en la sociedad de la información y de la comunicación. Hoy, como nunca hasta ahora, los seres humanos tienen capacidad de expresar de forma directa sus opiniones sin la mediación de los medios de comunicación o de los representantes políticos. Representar es hacer presente a alguien que está ausente, pero hoy millones de personas están presentes en el debate público a través de las redes sociales.
Construir una arquitectura política que incorpore esa nueva realidad y dé una respuesta satisfactoria al legítimo deseo de participar lo más directamente posible en la toma de decisiones es una tarea ineludible. Por ello, es muy conveniente abrir una reflexión profunda con el fin de hacer convivir este anhelo de participación con la cohesión organizativa, el respeto a las minorías, la atención a las normas y, en general, todos los elementos que constituyen la democracia como forma de cultura política. Una forma de cultura política que es un modelo de elección y de toma de decisiones, pero también mucho más que eso, pues la democracia también es una forma de civilización. (p.10)
Y una reflexión que no se acaba de entender, o a quien va dirigida:
141. La impotencia política. La incapacidad y el desconcierto que han exhibido nuestros partidos, viejos y nuevos, para entender y hacer frente a los grandes desafíos de nuestra era, explican el malestar social y permiten que prendan discursos y movimientos populistas que esgrimen la quimera de otra democracia, que no es otra cosa que las utopías regresivas que ya se experimentaron en otros tiempos con los funestos resultados que todos conocemos.
En las circunstancias actuales el PSOE no está inmune al virus de la demagogia, al alarde de las soluciones fáciles pero imposibles, ni al maniqueísmo, ingredientes que envenenan siempre el clima político. La supervivencia amenazada, el miedo de muchos a un futuro incierto, personal y colectivo, estimulan el autoengaño, la ilusión de solución. Son caminos trillados que conducen al fracaso y que no pertenecen a la intención ni a las actitudes que nos identifican como socialdemócratas. De seguir tal deriva el PSOE lo pagaría con la irrelevancia política, privando a los ciudadanos españoles de una referencia política insustituible para disponer de una democracia sólida, estable y con capacidad para progresar, reformarse y remediar la injusticia. (p.52)